martes, 12 de mayo de 2009

ECONOMÍA AMBIENTAL

El siglo XX ha dejado nombres que traen a nuestras memorias recuerdos de importantes desastres ambientales.
Palabras como Exxon Valdez, Amoco Cádiz, Erika, Chernobyl, Bhopal, Seveso...son sinóminos de dolor, de pérdidas y de sufrimientos.
Pero algo estupendo que tiene la condición humana es sacar algo positivo de algo negativo o, lo que es consustancial al aprendizaje, aprender de los errores.
Cuando las compañías aseguradoras valoraron los daños ocasionados por esas catastrofes los tribunales de justicia norteamericanos las obligaron a que también valoraran los daños ocasionados a los bienes no-productivos.
Y ahí, la Economía Ambiental, experimentó un gran empuje y un salto cualitativo.
Desde entonces hasta nuestros días andamos intentando valorar bienes y servicios ambientales para los que no hay un mercado.
Me explico:
La pantalla que tienes delante, tiene un precio. Y tiene un precio porque existe un mercado de pantallas que en virtud de las leyes de la oferta y la demanda establece que la tuya tenga ese precio.
Igual sucede con el ratón que tienes junto o en el teclado.
Hay un mercado de ratones de ordenador que asigna un determinado precio.
Pero ¿que ocurre con aquellos bienes o servicios para los cuales no hay un mercado? ¿Cuánto vale uno de los últimos linces ibéricos o un Parque Natural?
No hay mercado para ellos.
Y como no hay mercado, no tienen asignado un precio.
Y como no tienen un precio, los necios creen que no tienen un valor.
De eso se ocupa la Economía Ambiental. De trabajar para determinar el valor de esos recursos y servicios que no tienen un precio establecido.
Y al no tenerlo, simplemente se ignoran en las cuentas de resultados, en los planes y programas o en la toma de decisiones.
Porque ¿que más da que un embalse inunde un territorio que acoge endemismos botánicos que no se encuentran en otras partes del mundo? ¿que más da que una línea de AVE o una autopista fragmente, aún más, el área de distribución del felino más amenazado del planeta?
Se ignoran porque no tienen un precio. Se ignoran porque creen que no tienen un valor.
Bueno, pues a eso nos dedicamos la gente que trabajamos en economía ambiental. A evitar que se produzca el aforismo de Don Antonio Machado: todo necio, confunde valor y precio.

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En breve será estudiado y publicado en el blog si procede.
JGA

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Dr. Ciencias Ambientales y Biólogo